Un buen día sales de casa, y ¡ala! te ves en el mundo real, en el que la ropa sucia se amontona y decides cenar galletas por la pereza de tener que cocinar.
A veces te acuerdas de tu madre y te tienta la idea de comprar todos los tuppers de Ikea para que te los rellene. Pero ¡ah! amigo, sabes que tu orgullo de humano adulto se vería afectado por ello. Ahora tienes tu hogar, tu sitio, tu guarida, tu cueva. Y tienes que demostrar que eres digno de ello. Porque desde pequeño soñaste con tener ese lugar que fuera tuyo, y sólo tuyo.
Muchos construíamos fuertes con mantas, sillas y cojines. Otros cuantos jugábamos a las cocinitas, e incluso nos emocionábamos si robábamos un poco de arroz para hacerlo más real. Nos encantaba imaginarnos al hacer la compra, y sentirnos como personas mayores.
De repente, el ansiado momento de tu independencia llega casi sin avisar, y te das cuenta de que tu infantil preparación no ha sido tan completa como creías. Nadie te había hablado de las arañas a las que te tendrías que enfrentar para proteger tu territorio, ni de los restos de comida quemados al fondo de los cacharros tan complicados de quitar. Entonces te preguntas una y mil veces cómo han llevado adelante tal hazaña madres, padres y abuelas, esos grandes sabios.
Todos estos motivos nos llevaron a adentrarnos en lo profundo de las más antiguas generaciones. Acudimos a un oráculo de yayas centenarias. Bebimos de la fuente de la sabiduría maruja. Y nos enfrentamos al reto de cocinar con abuelas experimentadas para que nos revelaran sus más preciados secretos.
Tenemos el cáliz de la sabiduría de la vida.
Y queremos compartirlo con vosotros.
Somos Superindependientes.
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